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Grandizo Munis

 

¡Vivan los combatientes de mayo!

 

 


Redactado: Artículo de Munis sobre los Hechos de Mayo de 1937 escrito en el exilio mexicano.
Publicado por vez primera: En Contra la Corriente, publicación del Grupo Español en México de la IV Internacional, número 15 y 16, mayo-junio 1944, México.
Fuente para la presente edición: La Bataille Socialiste.
Esta edición: Marxists Internet Archive, enero de 2014


 

 

 

 

El primero de mayo, día de lucha de los oprimidos contra los opresores, transcurre por cuarta vez, desde que comenzó la matanza imperialista, en un ambiente de solidaridad con los opresores, por parte de los dirigentes stalinistas y social-demócratas. En lugar del grito revolucionario: "¡Proletarios de todos los países, uníos!", lanzan y practican esta otra divisa: ¡Proletarios de todos los países, mataos en beneficio de vuestros explotadores!

Si falsificado y traicionado es el significado de la jornada proletaria del primero de mayo, muy pocos además de nosotros reivindican plenamente el levantamiento obrero de Barcelona, el 3 de mayo de 1937. Para el proletariado español esta es una fecha tan memorable y gloriosa como la del 19 de julio de 1936. En ella demostró que no estaba dispuesto a dejarse arrebatar mansamente por el frente popular lo que conquistó a los fascistas con las armas en la mano. Dirigida esta insurrección contra los enemigos de la revolución que se cuelgan un marchamo comunista, socialista o anarquista, la actitud que se guarde ante ella es el mejor metro de que dispone el proletariado español para delimitar a los revolucionarios de los oportunistas y de los traidores.

El resultado más importante del 19 de julio, fue el siguiente: Sublevadas contra el proletariado amenazante todas las fuerzas coercitivas del estado capitalista, quedaron destruidas por el triunfo obrero. En una época revolucionaria, el único sostén real de la sociedad capitalista es la violencia ejercida por sus cuerpos coercitivos. Destruyéndolos por su contrainsu­rrección, el proletariado destruía del mismo golpe la sociedad capitalista. Si, contrariamente a como ocurrió, el frente popular hubiese podido emplear una parte importante de las fuerzas armadas capitalistas contra la otra sublevada, acto seguido abría abierto el fuego contra las masas; la propiedad privada y su estado no hubiesen sufrido gran cosa. Pero, salvo excepciones, la mayoría obligadas por el universal levantamiento de las masas, los cuerpos armados burgueses hicieron causa común con altos jefes militares y fascistas. Derrotados por el empuje del proletariado, éste quedó como elemento predominantemente armado. La expropiación económica de la burguesía siguió como consecuen­cia natural de su desarme. No hay capitalismo sin desarme del proletariado, como no puede haber verdadero armamento del proletariado sin socialismo. Destruyendo los cuerpos coercitivos burgueses, las masas inauguraban la revolución.

Debido a la ceguedad apolítica del anarquismo, y en parte al oportunismo político del POUM, el triunfo obrero no fue completado por la destrucción total del estado capitalista y su apéndice indispensable, el frente popular, ello imposibilitó la organización de un estado proletario con sus correspondientes cuerpos armados. El estado burgués se dio cuenta con asombro de que aún podía pensar en rehacerse de su derrota, a condición de cubrir convenientemente su naturaleza de clase con los dirigentes obreros dispuestos a prestarle ese servicio. No había sino demasiados listos para esa tarea. Por su intermedio comenzó sin tardanza la obra de destrucción de lo conquistado en Julio, insensiblemente al principio, cada vez más general y cínicamente, sin pérdida de tiempo los enemigos de la revolución emprendieron la reconstrucción del estado capitalista. Inexistentes los organismo coercitivos de éste, una de las primeras preocupaciones del frente popular había de ser la de organizar otros. Se recurrió para ello a los raros islotes que quedaban de las antiguas instituciones, reforzándolas con millares de nuevos ingresos. El partido stalinista, indiscutiblemente el más decidido enemigo de la revolución, procuró desde el primer día situar a incondicionales suyos en los puestos de mando. Más tarde, con el control del SIM, llegó a disponer de casi todas las fuerzas represivas.

En la misma proporción en que progresaba la reconstitución de los institutos armados capitalistas, aumentaban los ataques públicos y la insolencia de la contrarrevolución frentepopulista. Su más importante objetivo había de ser el desarme del proleta­riado. Iniciado bajo el gobierno Caballero con la disolución de las milicias de retaguardia, había ya hecho muchos progresos antes de Mayo, excepto en Cataluña, mediante otras medidas suplementarias. Obreros y campesinos habían sido atacados en diversos lugares por guardias de asalto y carabineros. La campaña contra los comités, contra las colectividades y contra las Patrullas de Control en Cataluña, recurría a todas las calumnias burguesas sobre los "rojos traganiños", preparando una atmósfera de carnicería contra el proletariado. Mes a mes, la contra­rrevolución hacía progresos ante los ojos de todo el mundo. De la mayoría de puestos directivos y de control eran arrojados los hombres que los ocuparon al día siguiente de Julio, para ser substituidos por burgueses o burócratas stalinistas y socialis­tas, decididos enemigos de la revolución. Coronando la meticulosa campaña contrarrevolucionaria, el estalinismo preparó en Cataluña una provocación, con el intento de hacer una buena sangría entre los elementos más revolucionarios, desarmar totalmente al proletariado y adueñarse de la situación. Un destacamento de guardias de asalto a las órdenes del estalinista Salas, con la complicidad del stalinizante Aguadé, comisario de orden público de Cataluña, allanaron el edificio de la compañía telefónica, queriendo quitar por la fuerza el control del ramo a los trabajadores. Estos resistieron, se inició el tiroteo en el interior del edificio y pocas horas después todo el proletariado barcelonés estaba en las barricadas, defendiendo sus conquistas amenazadas.

Ninguna lucha, ni la del 19 de julio, ha sido tan ver­tiginosa ni entusiástica. En pocas horas toda la ciudad quedó en manos de los obreros. Las fuerzas de la reacción habían sido embotelladas en el pequeño cuadro que rodeaba al edificio de la Generalidad. Esta misma no fue tomada por los trabajadores porque la dirección anarquista paralizó su marcha. En lugar de ponerse a la cabeza de los insurrectos para evitar su derrota o el triunfo completo de los contrarrevolucionarios, si la victoria proletaria era imposible, paralizó la acción armada y se colocó en la posición de mediador. Enseguida llegaron en avión desde Valencia líderes nacionales de la CNT y la UGT a ordenar "¡alto el fuego!", condenar la lucha y aconsejar el abandono de las barricadas. Desoyendo los insistentes gritos lanzados a través de la radio por los dirigentes, el proletariado catalán continuó sobre las armas durante varios días, negándose a la retirada. Presentía que a éste seguiría una derrota terrible. Por primera vez en la historia se dio el caso de una insurrección comenzada y continuada contra la voluntad de los dirigentes de la or­ganización a que perteneció la inmensa mayoría de los insurrec­tos. El proletariado catalán y español en general, debe blasonar justamente de ello.

Se puede improvisar una insurrección, pero no un triunfo revolucionario, menos aún cuando la totalidad de las or­ganizaciones obreras, en una forma u otra, está contra el proletariado. La intervención de los dirigentes cenetistas y ugetistas logró convertir una brillante victoria militar del proletariado en una espantosa derrota política, como los combatientes presentían al escuchar la radio desde las ba­rricadas. Retirados al fin de ellas, tras varios días de inútil espera a que los comités superiores se pusieran a su lado, a la retirada obrera siguió una orgía triunfal de la contrarrevolución estaliniano-republicano-socialista. Inmediatamente, el asesinato de revolucionarios fue la principal actividad de las fuerzas staliniano-burguesas. En las cárceles hubo enseguida muchísimos más presos obreros que fascistas. Los pocos vestigios que quedaban del poder obrero, el armamento y las conquistas de Julio, no tardaron en desaparecer. Se arrebató así al pro­letariado su principal causa de lucha contra Franco, lo que constituía su fuerza y su más poderosos instrumento de triunfo. Con la derrota obrera de Mayo, Franco ganó, sin meter la mano, su principal batalla. La columna dorsal de la revolución socialista había sido rota. Ya no podía hacerle frente con su vigor inagotable.

La actitud de cada organización durante aquellas jornadas de lucha callejera mide con gran precisión su grado de proximidad o de separación de los intereses revolucionarios. Stalinistas y socialistas estuvieron decididamente en las barricadas de la contrarrevolución; el anarquismo y el POUM, como organizaciones, entre dos aguas, recomendando la primera el cese de la lucha, y plegándose la segunda a las decisiones de la otra. Únicamente dos pequeñas organizaciones, la Sección bolchevique-leninista de España (IV Internacional) y los "Amigos de Durruti", apoyaron sin reservas el movimiento, tratando de darle objetivos consciente­mente revolucionarios y de evitarle la derrota. Pero toda la masa proletaria catalana, casi sin excepción, empuñó las armas frente a los progresos de la contrarrevolución. Es un orgullo para la clase trabajadora española no haberse dejado arrebatar la revolución sin lucha. Por la actitud de oposición o reserva, respecto a las jornadas revolucionarias de Mayo, puede juzgarse sin equivocación hasta donde llega el oportunismo de cada organización. Lección importante que se revelará de gran utilidad en el porvenir.

G. Munis