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F. Engels

El origen de la familia, la propiedad privada y el estado

(1884)

 

 

V

La Genesis del Estado Ateniense

 

En ninguna parte podemos seguir mejor que en la antigua Atenas, por lo menos en la primera fase de la evoluci�n, de qu� modo se desarroll� el Estado, en parte transformando los �rganos de la constituci�n gentil, en parte desplaz�ndolos mediante la intrusi�n de nuevos �rganos y, por �ltimo, remplaz�ndolos por aut�nticos organismos de administraci�n del Estado, mientras que una "fuerza p�blica" armada al servicio de esa administraci�n del Estado, y que, por consiguiente, pod�a ser dirigida contra el pueblo, usurpaba el lugar del verdadero "pueblo en armas" que hab�a creado su autodefensa en las gens, las fratrias y las tribus. Morgan expone mayormente las modificaciones de forma; en cuanto a las condiciones econ�micas productoras de ellas, tendr� que a�adirlas, en parte, yo mismo.

En la �poca heroica, las cuatro tribus de los atenienses a�n se hallaban establecidas en distintos territorios de Africa. Hasta las doce fratrias que las compon�an parece ser que tambi�n tuvieron su punto de residencia particular en las doce ciudades de C�crope. La constituci�n era la misma de la �poca heroica: asamblea del pueblo, consejo del pueblo y "basileus". Hasta donde alcanza la historia escrita, se ve que el suelo estaba ya repartido y era propiedad privada, lo que corresponde a la producci�n mercantil y al comercio de mercanc�as relativamente desarrollados que observamos ya hacia el final del estadio superior de la barbarie. Adem�s de granos, produc�ase vinos y aceite. El comercio mar�timo en el Mar Egeo iba pasando cada vez m�s de los fenicios a los griegos del Atica. A causa de la compraventa de la tierra y de la creciente divisi�n del trabajo entre la agricultura y los oficios manuales, el comercio y la navegaci�n, muy pronto tuvieron que mezclarse los miembros de las gens, fratrias y tribus. En el distrito de la fratria y de la tribu se establecieron habitantes que, aun siendo del mismo pueblo, no formaban parte de estas corporaciones y, por consiguiente, eran extra�os en su propio lugar de residencia, ya que cada fratria y cada tribu administraban ellas mismas sus asuntos en tiempos de paz, sin consultar al consejo del pueblo o al "basileus" en Atenas, y todo el que resid�a en el territorio de la fratria o de la tribu sin pertenecer a ellas no pod�a, naturalmente, tomar parte en esa administraci�n.

Esta circunstancia desequilibr� hasta tal punto el funcionamiento de la constituci�n gentilicia, que en los tiempos heroicos se hizo ya necesario remediarla y se adopt� la constituci�n atribuida a Teseo. El cambio principal fue la instituci�n de una administraci�n central en Atenas; es decir, parte de los asuntos que hasta entonces resolv�an por su cuenta las tribus fue declarada com�n y transferida al consejo general residente en Atenas. Los atenienses fueron, con esto, m�s lejos que ninguno de los pueblos ind�genas de Am�rica: la simple federaci�n de tribus vecinas fue remplazada por la fusi�n en un solo pueblo. De ah� naci� un sistema de derecho popular ateniense general, que estaba por encima de las costumbres legales de las tribus y de las gens. El ciudadano de Atenas recibi� como tal derechos determinados, as� como una nueva protecci�n jur�dica incluso en el territorio que no pertenec�a a su propia tribu. Pero �ste fue el primer paso hacia la ruina de la constituci�n gentilicia, ya que lo era hacia la admisi�n, m�s tarde, de ciudadanos que no pertenec�an a ninguna de las tribus del Atica y que estaban y siguieron estando completamente fuera de la constituci�n gentilicia ateniense. La segunda instituci�n atribuida a Teseo fue la divisi�n de todo el pueblo en tres clases -los eup�tridas o nobles, los geomoros o agricultores y los demiurgos o artesanos-, sin tener en cuenta la gens, la fratria o la tribu, y la concesi�n a la nobleza del derecho exclusivo a ejercer los cargos p�blicos. Verdad es que, excepto en lo de ocupar la nobleza los empleos, esta divisi�n qued� sin efecto por cuanto no establec�a otras diferencias de derechos entre las clases. Pero es importante, porque nos indica los nuevos elementos sociales que hab�an ido desarroll�ndose imperceptiblemente. Demuestra que la costumbre de que los cargos gentiles los desempe�asen ciertas familias, se hab�a transformado ya en un derecho apenas disputado de las mismas a los empleos p�blicos; que esas familias, poderosas ya por sus riquezas, comenzaron a formar, fuera de sus gens, una clase privilegiada, particular; y que el Estado naciente sancion� esta usurpaci�n. Demuestra que la divisi�n del trabajo entre campesinos y artesanos hab�a llegado a ser ya lo bastante fuerte para disputar el primer puesto en importancia social a la antigua divisi�n en gens y en tribus. Por �ltimo, proclama el irreconciliable antagonismo entre la sociedad gentilicia y el Estado; el primer intento de formaci�n del Estado consiste en destruir los lazos gentilicios, dividiendo los miembros de cada gens en privilegiados y no privilegiados, y a estos �ltimos, en dos clases, seg�n su oficio, oponi�ndolas, en virtud de esta misma divisi�n, una a la otra.

La historia pol�tica ulterior de Atenas, hasta Sol�n, se conoce de un modo muy imperfecto. Las funciones del "basileus" cayeron en desuso; a la cabeza del Estado p�sose a arcontes salidos del seno de la nobleza. La autoridad de la aristocracia aument� cada vez m�s, hasta llegar a hacerse insoportable hacia el a�o 600 antes de nuestra era. Y los principales medios para estrangular la libertad com�n fueron el dinero y la usura. La nobleza sol�a residir en Atenas y en los alrededores, donde el comercio mar�timo, as� como la pirater�a practicada en ocasiones, la enriquec�an y concentraban en sus manos el dinero. Desde all� el sistema monetario en desarrollo penetr�, como un �cido corrosivo, en la vida tradicional de las antiguas comunidades agr�colas, basadas en la econom�a natural. La constituci�n de la gens es en absoluto incompatible con el sistema monetario; la ruina de los peque�os agricultores del Atica coincidi� con la relajaci�n de los antiguos lazos de la gens, que los proteg�an. Las letras de cambio y la hipoteca (porque los atenienses hab�an inventado ya la hipoteca) no respetaron ni a la gens, ni a la fratria. Y la vieja constituci�n de gens no conoc�a el dinero, ni las prendas, ni las deudas de dinero. Por eso el poder del dinero en manos de la nobleza, poder que se extend�a sin cesar, cre� un nuevo derecho consuetudinario para garant�a del acreedor contra el deudor y para consagrar la explotaci�n del peque�o agricultor por el poseedor del dinero. Todas las campi�as del Atica estaban erizadas de postes hipotecarios en los cuales estaba escrito que los fundos donde se ve�an puestos, hall�banse empe�ados a fulano o mengano por tanto o cuanto dinero. Los campos que no ten�an esos postes, hab�an sido vendidos en su mayor parte, por haber vencido la hipoteca o no haber sido pagados los intereses, y eran ya propiedad del usurero noble; el campesino pod�a considerarse feliz cuando lo dejaban establecerse all� como colono y vivir con un sexto del producto de su trabajo, mientras ten�a que pagar a su nuevo amo los cinco sextos como precio del arrendamiento. Y a�n m�s: cuando el producto de la venta del lote de tierra no bastaba para cubrir el importe de la deuda, o cuando se contra�a la deuda sin asegurarla con prenda, el deudor ten�a que vender a sus hijos como esclavos en el extranjero para satisfacer por completo al acreedor. La venta de los hijos por el padre: ��ste fue el primer fruto del derecho paterno y de la monogamia!. Y si el vampiro no quedaba satisfecho a�n, pod�a vender como esclavo a su mismo deudor. Tal fue la hermosa aurora de la civilizaci�n en el pueblo ateniense.

Semejante revoluci�n hubiera sido imposible en el pasado, en la �poca en que las condiciones de existencia del pueblo a�n correspond�an a la constituci�n de la gens; pero ahora se hab�a producido, sin que nadie supiese c�mo. Volvamos por un momento a nuestros iroqueses. Entre ellos era inconcebible una situaci�n tal como la impuesta a los atenienses sin, dig�moslo as�, su concurso y, con seguridad, a pesar de ellos. Siendo siempre el mismo el modo de producir las cosas necesarias para la existencia, nunca pod�an crearse tales conflictos, al parecer impuestos desde fuera, ni engendrarse ning�n antagonismo entre ricos y pobres, entre explotadores y explotados. Los iroqueses distaban mucho de dome�ar a�n la naturaleza, pero dentro de los l�mites que �sta les fijaba, eran los due�os de su propia producci�n. Si dejamos aparte los casos de malas cosechas en sus huertecillos, de escasez de pesca en sus lagos y r�os y de caza en sus bosques, sab�an cu�l pod�a ser el fruto de su modo de proporcionarse los medios de existencia. Sab�an que -unas veces en abundancia, y otras no-obtendr�an medios de subsistencia; pero entonces eran imposibles revoluciones sociales imprevistas, la ruptura de los v�nculos de la gens, la escisi�n de las gens y de las tribus en clases opuestas que se combatieran rec�procamente. La producci�n se mov�a dentro de los m�s estrechos l�mites, era la inmensa ventaja de la producci�n b�rbara, ventaja que se perdi� con la llegada de la civilizaci�n y que las generaciones futuras tendr�n el deber de reconquistar, pero d�ndole por base el poderoso dominio de la naturaleza, conseguido en la actualidad por el hombre, y la libre asociaci�n, hoy ya posible.

Entre los griegos las cosas eran muy distintas. La aparici�n de la propiedad privada sobre los reba�os y los objetos de lujo, condujo al cambio entre los individuos, a la transformaci�n de los productos en mercanc�as. Y �ste fue el germen de la revoluci�n subsiguiente. En cuanto los productores dejaron de consumir directamente ellos mismos sus productos, deshaci�ndose de ellos por medio del cambio, dejaron de ser due�os de los mismos. Ignoraban ya qu� iba a ser de ellos, y surgi� la posibilidad de que el producto llegara a emplearse contra el productor para explotarlo y oprimirlo. Por eso, ninguna sociedad puede ser due�a de su propia producci�n de un modo duradero ni controlar los efectos sociales de su proceso de producci�n si no pone fin al cambio entre individuos.

Pero los atenienses deb�an aprender pronto con qu� rapidez domina el producto al productor en cuanto nace el cambio entre individuos y los productos se transforman en mercanc�as. Con la producci�n de mercanc�as apareci� el cultivo individual de la tierra y, en seguida, la propiedad individual del suelo. M�s tarde vino el dinero, la mercanc�a universal por la que pod�an cambiarse todas las dem�s; pero, como los hombres inventaron el dinero, no sospechaban que hab�an creado un poder social nuevo, el poder universal �nico ante el que iba a inclinarse la sociedad entera. Y este nuevo poder, al surgir s�bitamente, sin saberlo sus propios creadores y a pesar de ellos, hizo sentir a los atenienses su dominio con toda la brutalidad de su juventud.

�Qu� se pod�a hacer?. La antigua constituci�n de la gens se hab�a mostrado impotente contra la marcha triunfal del dinero; y, adem�s, era en absoluto incapaz de conceder dentro de sus l�mites lugar ninguno para cosas como el dinero, los acreedores, los deudores, el cobro compulsivo de las deudas. Pero all� estaba el nuevo poder social; y ni los p�os deseos, ni el ardiente af�n por volver a los buenos tiempos antiguos pudieron expulsar ya del mundo al dinero ni a la usura. Adem�s, en la constituci�n gentilicia fueron abiertas otras brechas menos importantes. La mezcla de los gentiles y de los fraters en todo el territorio �tico, particularmente en la misma ciudad de Atenas, aumentaba de generaci�n en generaci�n, aun cuando por aquel entonces un ateniense ten�a derecho a vender su fundo fuera de la gens, pero no su vivienda. Con los progresos de la industria y el comercio hab�ase desarrollado m�s y m�s la divisi�n del trabajo entre las diferentes ramas de la producci�n: agricultura y oficios manuales, y entre estos �ltimos una multitud de subdivisiones, tales como el comercio, la navegaci�n, etc. La poblaci�n se divid�a ahora, seg�n sus ocupaciones, en grupos bastante bien determinados, cada uno de los cuales ten�a una serie de nuevos intereses comunes para los que no hab�a lugar en la gens o en la fratria y que, por consiguiente, necesitaban nuevos funcionarios que velasen por ellos. Hab�a aumentado much�simo el n�mero de esclavos, y en aquella �poca deb�a ya de exceder con mucho del de los atenienses libres. La constituci�n gentil no conoc�a al principio ninguna esclavitud ni, por consiguiente, ning�n medio de mantener bajo su yugo aquella masa de personas no libres. Y, por �ltimo, el comercio hab�a atra�do a Atenas a multitud de extranjeros que se hab�an instalado all� en busca de f�cil lucro. Mas, a pesar de las tolerancia tradicional, estos extranjeros no gozaban de ning�n derecho ni protecci�n legal bajo el viejo r�gimen, por lo que constitu�an entre el pueblo un elemento extra�o y un foco de malestar.

En resumen, la constituci�n gentilicia iba tocando a su fin. La sociedad rebasaba m�s y m�s el marco de la gens, que no pod�a atajar ni suprimir los peores males que iban naciendo ante su vista. Mientras tanto, el Estado se hab�a desarrollado sin hacerse notar. Los nuevos grupos constituidos por la divisi�n del trabajo, primero entre la ciudad y el campo, despu�s entre las diferentes ramas de la industria en las ciudades, hab�an creado nuevos �rganos para la defensa de sus intereses, y se instituyeron oficios p�blicos de todas clases. Luego, el joven Estado tuvo, ante todo, necesidad de una fuerza propia, que en un pueblo navegante, como eran los atenienses, no pudo ser primeramente sino una fuerza naval, usada en peque�as guerras y para proteger los barcos mercantes. En una �poca indeterminada, anterior a Sol�n, se instituyeron las "naucrarias", peque�as circunscripciones territoriales a raz�n de doce por tribu; cada "naucraria" deb�a suministrar, armar y tripular un barco de guerra, y proporcionar adem�s dos jinetes. Esta instituci�n socavaba por dos conceptos a la gens: en primer t�rmino, porque creaba una fuerza p�blica que ya no era en nada id�ntica al pueblo armado; y en segundo lugar, porque por primera vez divid�a al pueblo, en los negocios p�blicos, no con arreglo a los grupos consangu�neos, sino con arreglo al lugar de residencia com�n. Veamos a continuaci�n qu� significaba esto.

Como el r�gimen gentilicio no pod�a prestarle ning�n auxilio al pueblo explotado, lo �nico que a �ste le quedaba era el Estado naciente, que le prest� la ayuda de �l esperada mediante la constituci�n de Sol�n, si bien la aprovech� para fortalecerse a�n m�s a expensas del viejo r�gimen. No nos incumbe tratar aqu� c�mo se realiz� la reforma de Sol�n en el a�o 594 antes de nuestra era. Sol�n inici� la serie de lo que se llama revoluciones pol�ticas, y lo hizo con un ataque a la propiedad. Hasta ahora, todas las revoluciones han sido en favor de un tipo de propiedad sin lesionar a otro. En la gran Revoluci�n francesa, la propiedad feudal fue sacrificada para salvar la propiedad burguesa; en la de Sol�n, la propiedad de los acreedores fue la que tuvo que sufrir en provecho de la de los deudores. Las deudas fueron, sencillamente, declaradas nulas. No conocemos con exactitud los detalles, pero Sol�n se jacta en sus poes�as de haber hecho quitar los postes hipotecarios de los campos empe�ados en pago de deudas y de haber repatriado a los hombres que a causa de ellas hab�an sido vendidos como esclavos o hab�an huido al extranjero. Eso no pod�a hacerse sino mediante una descarada violaci�n de la propiedad. Y de hecho, desde la primera hasta la �ltima de estas pretensas revoluciones pol�ticas, todas ellas se han hecho en defensa de la propiedad, de un tipo de propiedad, y se han realizado por medio de la confiscaci�n (dicho de otra manera, del robo) de otro tipo de propiedad. Tanto es as�, que desde hace dos mil quinientos a�os no ha podido mantenerse la propiedad privada sino por la violaci�n de los derechos de propiedad.

Pero trat�base a la saz�n de impedir que los atenienses libres pudieran ser esclavizados nuevamente. Al principio se logr� con medidas generales; por ejemplo, prohibiendo los contratos de pr�stamo en los cuales el deudor se hac�a prenda del acreedor. Adem�s, se fij� la extensi�n m�xima de la tierra que pod�a poseer un mismo individuo, con el prop�sito de poner un freno que moderase la avidez de los nobles por apoderarse de las tierras de los campesinos. Despu�s hubo cambios en la propia constituci�n (Verfassung), siendo para nosotros los principales los siguientes:

El consejo se elev� hasta cuatrocientos miembros, cien de cada tribu. Hasta aqu�, la tribu segu�a siendo, pues, la base del sistema. Pero �ste fue el �nico punto de la constituci�n antigua adoptado por el Estado reci�n nacido. En lo dem�s, Sol�n dividi� a los ciudadanos en cuatro clases, con arreglo a su propiedad territorial y al producto de �sta. Los rendimientos m�nimos que se fijaron para las tres primeras clases fueron de quinientos, trescientos y ciento cincuenta "medimnos" de grano respectivamente (un "medimno" viene a equivaler a unos cuarenta y un litros para �ridos); formaban la cuarta clase los que pose�an menos tierra o carec�an de ella en absoluto. S�lo pod�an ocupar todos los oficios p�blicos los individuos de las tres primeras clases, y los m�s importantes los de la primera nada m�s; la cuarta no ten�a sino el derecho de tomar la palabra y votar en la asamblea. Pero all� eran donde se eleg�an todos los funcionarios, all� era donde �stos ten�an que rendir cuenta de su gesti�n, all� era donde se hac�an todas las leyes, y all� la mayor�a estaba en manos de la cuarta clase. Los privilegios aristocr�ticos se renovaron, en parte, en forma de privilegios de la riqueza, pero el pueblo obtuvo el poder supremo. Por otra parte, las cuatro clases formaron la base de una nueva organizaci�n militar. Las dos primeras suministraban la caballer�a, la tercera deb�a servir en la infanter�a de l�nea, y la cuarta como tropa ligera (sin coraza) o en la flota; probablemente, esta clase estaba a sueldo.

Aqu� se introduc�a, pues, un elemento nuevo en la constituci�n: la propiedad privada. Los derechos y los deberes de los ciudadanos del Estado se determinaron con arreglo a la importancia de sus posesiones territoriales; y conforme iba aumentando la influencia de las clases pudientes, iban siendo desplazadas las antiguas corporaciones consangu�neas. La gens sufri� otra derrota.

Sin embargo, la gradaci�n de los derechos pol�ticos seg�n los bienes de fortuna no era una de esas instituciones sin las cuales no puede existir el Estado. Por grande que sea el papel que ha representado en la historia de las constituciones de los Estados, gran n�mero de �stos, y precisamente los m�s desarrollados, se han pasado sin ella. En Atenas misma no represent� sino un papel transitorio; desde Ar�stides, todos los empleos eran accesibles a cada ciudadano.

Durante los ochenta a�os que siguieron, la sociedad ateniense tom� gradualmente la direcci�n en la cual sigui� desarroll�ndose en los siglos posteriores. Hab�ase puesto coto a la usura de los latifundistas anteriores a Sol�n, y asimismo a la concentraci�n excesiva de la propiedad territorial. El comercio y los oficios, incluidos los art�sticos, que se practicaban cada vez m�s en grande, bas�ndose en el trabajo de los esclavos, llegaron a ser las preocupaciones principales. La gente adquiri� m�s luces. En vez de explotar a sus propios conciudadanos de una manera inicua, como al principio, se explot� sobre todo a los esclavos y a los clientes no atenienses. Los bienes muebles, la riqueza en forma de dinero, el n�mero de los esclavos y de las naves aumentaban sin cesar; pero ya no eran un simple medio de adquirir tierras, como en el primer per�odo, con sus cortos alcances, sino que se convirtieron en un fin de por s�. De una parte, la nobleza antigua en el Poder encontr� asi unos competidores victoriosos en las nuevas clases de ricos industriales y comerciantes; pero, de otra parte, qued� destruida tambi�n la �ltima base de los restos de la constituci�n gentilicia. Las gens, las fratrias y las tribus, cuyos miembros andaban ya a la saz�n dispersos por toda el Atica y viv�an completamente entremezclados, eran ya del todo in�tiles como corporaciones pol�ticas. Much�simos ciudadanos atenienses no pertenec�an ya a ninguna gens; eran inmigrantes a quienes se hab�a concedido el derecho de ciudadan�a, pero que no hab�an sido admitidos en ninguna de las antiguas uniones gentilicias. Adem�s, cada d�a era mayor el n�mero de inmigrantes extranjeros que s�lo gozaban del derecho de protecci�n [metecos].

Mientras tanto, prosegu�a la lucha entre los partidos; la nobleza trataba de reconquistar sus viejos privilegios y volvi� a tener, por un tiempo, vara alta; hasta que la revoluci�n de Clistenes (a�o 509 antes de nuestra era) la abati� definitivamente, derribando tambi�n, con ella, el �ltimo vestigio de la constituci�n gentilicia.

En su nueva constituci�n, Clistenes pas� por alto las cuatro tribus antiguas basadas en las gens y en las fratrias. Su lugar lo ocup� una organizaci�n nueva, cuya base, ensayada ya en las "naucrarias", era la divisi�n de los ciudadanos seg�n el lugar de residencia. Ya no decidi� para nada el hecho de pertenecer a los grupos consangu�neos, sino tan s�lo el domicilio. No fue el pueblo, sino el suelo, lo que se subdividi�; los habitantes hici�ronse, pol�ticamente, un simple ap�ndice del territorio.

Toda el Atica qued� dividida en cien municipios (demos). Los ciudadanos (demotas) habitantes en cada demos eleg�an su jefe (demarca) y su tesorero, as� como tambi�n treinta jueces con jurisdicci�n para resolver los asuntos de poca importancia. Ten�an igualmente un templo propio y un dios protector o h�roe, cuyos sacerdotes eleg�an. El poder supremo en el demos pertenec�a a la asamblea de los demotas. Seg�n advierte Morgan con mucho acierto, �ste es el prototipo de las comunidades urbanas de Am�rica, que se gobiernan por s� mismas. El Estado naciente tuvo por punto de partida en Atenas la misma unidad que distingue al Estado moderno en su m�s alto grado de desarrollo.

Diez de estas unidades (demos) formaban una tribu; pero �sta, al contrario de la antigua tribu gentilicia ["geschlechtstamm"], llam�se ahora tribu local ["Ortsstamm"]. La tribu local no s�lo era un cuerpo pol�tico que se administraba a s� mismo, sino tambi�n un cuerpo militar. Eleg�a su filarca o jefe de tribu, que mandaba la caballer�a, el taxiarca para la infanter�a, y el estratega, que ten�a a sus �rdenes a todas las tropas reclutadas en el territorio de la tribu. Adem�s armaba cinco naves de guerra con sus tripulantes y comandantes, y recib�a como patr�n un h�roe del Atica, cuyo nombre llevaba. Por �ltimo, eleg�a cincuenta miembros del consejo de Atenas.

Coronaba este edificio el Estado ateniense, gobernado por un consejo compuesto de los quinientos representantes elegidos por las diez tribus y, en �ltima instancia, por la asamblea del pueblo, en la cual ten�a entrada y voto cada ciudadano ateniense. Junto con esto, velaban por las diversas ramas de la administraci�n y de la justicia los arcontes y otros funcionarios. En Atenas no hab�a un depositario supremo del Poder ejecutivo.

Debido a esta nueva constituci�n y a la admisi�n de un gran n�mero de clientes (unos inmigrantes, otros libertos), los �rganos de la gens quedaron al margen de la gesti�n de los asuntos p�blicos, degenerando en asociaciones privadas y en sociedades religiosas. Pero la influencia moral, las concepciones e ideas tradicionales de la vieja �poca gentilicia vivieron largo tiempo y s�lo fueron desapareciendo paulatinamente. Esto se hizo evidente en otra instituci�n posterior del Estado.

Hemos visto que uno de las caracteres esenciales del Estado consiste en una fuerza p�blica aparte de la masa del pueblo. Atenas no ten�a entonces m�s que un ej�rcito popular y una flota equipada directamente por el pueblo, que la proteg�an contra los enemigos del exterior y manten�an en la obediencia a los esclavos, que en aquella �poca formaban ya la mayor parte de la poblaci�n. Para los ciudadanos, esa fuerza p�blica s�lo exist�a, al principio, en forma de polic�a; �sta es tan vieja como el Estado, y, por eso, los ingenuos franceses del siglo XVIII no hablaban de naciones civilizadas, sino de naciones con polic�a ("nations polis�es"). Los atenienses instituyeron, pues, una polic�a, un verdadero cuerpo de gendarmer�a de a pie y de a caballo formado por sagitarios, "Landj�ger", como se dice en el Sur de Alemania y en Suiza. Pero esa gendarmer�a se form� de esclavos. Este oficio parec�a tan indigno al libre ateniense, que prefer�a se detenido por un esclavo armado a cumplir �l mismo tan viles funciones. Era una manifestaci�n del antiguo modo de ver de las gens. El Estado no pod�a existir sin la polic�a; pero todav�a era joven y no ten�a suficiente autoridad moral para hacer respetable un oficio que los antiguos gentiles no pod�an por menos de considerar infame.

El r�pido vuelo que tomaron la riqueza, el comercio y la industria nos prueba cu�n adecuado era a la nueva condici�n social de los atenienses el Estado, cuajado ya entonces en sus rasgos principales. El antagonismo de clases en el que se basaban ahora las instituciones sociales y pol�ticas ya no era el existente entre los nobles y el pueblo sencillo, sino el antagonismo entre esclavos y hombres libres, entre clientes y ciudadanos. En tiempos del mayor florecimiento de Atenas, sus ciudadanos libres (comprendidos las mujeres y los ni�os), eran unos 90.000 individuos; los esclavos de ambos sexos sumaban 365.000 personas y los metecos (inmigrantes y libertos) ascend�an a 45.000. Por cada ciudadano adulto cont�banse, por lo menos, dieciocho esclavos y m�s de dos metecos. La causa de la existencia de un n�mero tan grande de esclavos era que muchos de ellos trabajaban juntos, a las �rdenes de capataces, en grandes talleres manufactureros. Pero el acrecentamiento del comercio y de la industria trajo la acumulaci�n y la concentraci�n de las riquezas en unas cuantas manos y, con ello, el empobrecimiento de la masa de los ciudadanos libres, a los cuales no les quedaba otro recurso que el de elegir entre hacer competencia al trabajo de los esclavos con su propio trabajo manual (lo que se consideraba como deshonroso, bajo y, por a�adidura, no produc�a sino escaso provecho), o convertirse en mendigos. En vista de las circunstancias, tomaron este �ltimo partido; y como formaban la masa del pueblo, llevaron a la ruina todo el Estado ateniense. No fue la democracia la que condujo a Atenas a la ruina, como lo pretenden los pedantescos lacayos de los monarcas entre el profesorado europeo, sino la esclavitud, que proscrib�a el trabajo del ciudadano libre.

La formaci�n del Estado entre los atenienses es un modelo notablemente t�pico de la formaci�n del Estado en general, pues, por una parte, se realiza sin que intervengan violencias exteriores o interiores (la usurpaci�n de Pis�strato no dej� en pos de s� la menor huella de su breve paso); por otra parte, hace brotar directamente de la gens un Estado de una forma muy perfeccionada, la rep�blica democr�tica; y, en �ltimo t�rmino, porque conocemos suficientemente sus particularidades esenciales.